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Cuando el mundo se derrumba: la pérdida de un empleo que definía tu vida
Perder tu empleo no es solo un golpe a la estabilidad financiera; es como si una parte esencial de ti misma se esfumara. Es especialmente devastador cuando ese trabajo era más que una fuente de ingresos: era el centro de tu identidad, el motor que daba sentido a tus días. Como si de repente te arrebataran el pastel entero y te dejaran solo con las migajas. En este artículo, exploramos cómo se siente cuando el mundo se desmorona bajo tus pies, cuando la incertidumbre se apodera de tus pensamientos, cuando el futuro parece un abismo sin oportunidades, y al final, aunque no lo parezca, una nueva esperanza de renacer como el Ave Fénix emerge, un proceso bello y doloroso de reconstrucción.

1. Cuando el mundo se derrumba: la pérdida de identidad y rutina
Cuando el empleo se convierte en tu rutina diaria o en la relación más importante de tu vida, perderlo es como la sensación de que te quitan el piso, de que saltas al vacío sin previo aviso. Es como vivir en la novela de Gabriel «Crónica de una muerte Anunciada», donde la tragedia era previsible, pero nadie hizo nada para evitarla. En un instante, te encuentras no solo como la protagonista de esta historia, sino también como la narradora, intentando reconstruir los hechos mientras el mundo se desmorona a tu alrededor.
La rutina que alguna vez fue tu ancla ahora desaparece. Ya no te levantas temprano para cumplir con tu jornada laboral ni te preparas mental y emocionalmente para enfrentar al «enemigo al acecho». Ahora, te levantas para enfrentar un día sin propósito claro, y la falta de razones para continuar es abrumadora. El impacto es tan grande que es difícil entenderlo, y mucho menos asimilarlo. Es un salto al vacío donde dejas de ser tú, porque no sabes hacia dónde marcharás ni lo que pasará después.
2. la montaña rusa emocional: procesar la pérdida
Ese salto al vacío va acompañado de una cruel montaña rusa de emociones, que van desde la negación del shock inicial hasta la profunda tristeza, enojo y desesperanza. La sensación de que «se han llevado todo mi pastel» o de que te lo han arrebatado injustamente es abrumadora. Te dices a ti misma que todo pasará y que estarás bien, pero no es así; nada pasa y no estás bien. Te invaden preguntas, el miedo te consume, y entras en un túnel tan oscuro que es imposible pensar en que existe la luz.
En psicología, este proceso se conoce como duelo, y tradicionalmente se describe a través de las cinco etapas propuestas por Elisabeth Kübler-Ross: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Sin embargo, investigaciones más recientes sugieren que el duelo es un proceso más fluido y personalizado. El Modelo de Procesamiento Dual propone una perspectiva más dinámica del duelo, sugiriendo que este es un proceso de oscilación entre dos dimensiones: Por un lado, enfrentarse al dolor de la pérdida y por el otro, encontrar momento de descanso y evasión para lidiar con el día a día.
Este modelo reconoce que el duelo no es un proceso rígido ni lineal. Las personas no necesariamente pasan por las etapas de manera ordenada, y es común moverse hacia adelante y hacia atrás entre ellas. En lugar de seguir una trayectoria lineal, las personas en duelo suelen alternar entre enfrentar directamente su dolor y encontrar momentos de descanso para lidiar con la realidad diaria. Esta flexibilidad permite que el proceso de duelo sea más adaptativo y efectivo, facilitando la adaptación progresiva y saludable a la nueva realidad.

3. el «pastel completo» arrebatado: reflexiones sobre el valor del trabajo
¿Recuerdas el pastel? Ese que cuidadosamente elaboraste a lo largo de tu vida, con los ingredientes perfectos y la decoración precisa, que representaba tus habilidades, logros y tu identidad. Perder tu empleo es como si te arrebataran ese pastel por completo, sin dejarte ni una rebanada, ni una sola migaja. Te quedas ahí, con el vacío y la incredulidad, preguntándote cómo es posible que algo tan importante para ti ya no esté. Lo peor es que nadie más parece entender realmente lo que significaba ese pastel para ti; para ellos, puede que solo fuera «otro pastel», pero para ti, lo era todo.
Esta sensación de pérdida no se trata solo de lo material o económico, sino del valor emocional que habías depositado en tu trabajo. Era lo que te daba un sentido de estabilidad, identidad y satisfacción. Cuando eso desaparece, lo que sientes no es solo la falta de un empleo, sino la pérdida de una parte de ti misma. Este «pastel» representaba la plenitud de tu vida laboral y, al perderlo, te enfrentas al doloroso proceso de intentar entender qué queda ahora, qué parte de ti aún sigue intacta y cómo reconstruirte desde ese vacío.
En mi caso personal, esta experiencia también fue una invitación a reflexionar sobre por qué nunca partí ese pastel en rebanadas para guardar algunas por ahí, o por qué no supe repartirlo. Tal vez, en mi afán de protegerlo como un todo perfecto, olvidé que compartirlo o distribuirlo me habría permitido conservar al menos una parte de él, incluso si alguien me lo arrebataba.
4. percepción de futuro: encontrar oportunidades en la incertidumbre
Es cierto que la incertidumbre sobre lo que viene puede ser una de las mayores fuentes de angustia. El temor de no encontrarle sentido a lo nuevo o de que no lleguen nuevas oportunidades es un miedo constante y difícil de ignorar. Existe también la presión social y personal de «volver a levantarse» cuando, en realidad, aún se está procesando la pérdida.
El tiempo sigue su curso, las deudas se acumulan, y la falta de estabilidad afecta todas las esferas de nuestra vida. Las oportunidades suelen presentarse envueltas en diferentes tamaños y colores, aunque en ese momento no alcancemos a distinguirlas claramente. Sin embargo, poco a poco comenzamos a valorar el viaje hacia lo desconocido, entendiendo que es un recorrido de aprendizaje, introspección, reconciliación e incluso de descanso, donde descubrimos nuestras propias capacidades y el sinnúmero de recursos que poseemos.
Al recuperar la confianza en nosotros mismos, comprendemos que sí, se puede empezar de cero, pero esta vez lo hacemos de una manera distinta, con un enfoque más integral, permitiéndonos enfrentar el dolor y también desconectarnos de él. Ya no se trata de aferrarse a un pastel completo, sino de distribuirlo de manera consciente, creando un equilibrio que nos permita disfrutarlo y compartirlo a nuestro propio ritmo.
5. reconstrucción y resignificación: un nuevo comienzo si es posible
Aunque la sensación inicial es la de que todo se derrumba, también hay un proceso de reconstrucción, y después de un camino lleno de temor, incertidumbre, desconfianza, soledad y aislamiento, un nuevo comienzo es posible.
Una de las lecciones más importantes que deja esta experiencia es la capacidad de resignificar la situación, descubriendo nuevas pasiones o caminos que no se habían considerado antes. La reconstrucción no solo implica encontrar un nuevo empleo, sino también redescubrir quiénes somos y qué valoramos en nuestra vida. Volver a empezar también nos revela quiénes permanecieron a nuestro lado durante la crisis y quiénes se hicieron a un lado, esperando que pasara la tormenta para luego regresar… o no regresar nunca.

6. conclusión: el camino de la resiliencia
Nadie te enseña qué es la resiliencia ni cómo ser resiliente; es la vida misma la que constantemente te invita a moverte, ajustarte y adaptarte a nuevas realidades. Sin embargo, somos nosotros quienes nos resistimos, aferrándonos a nuestra zona de confort. A veces, la vida nos empuja a dejar lugares a los que ya no pertenecemos, a alejarnos de personas que ya no aportan nada, o a terminar relaciones que solo nos hacen daño. Las señales están ahí, a plena vista, mostrándonos por dónde avanzar y por dónde no, pero nos negamos a verlas… hasta que nos arrebatan el pastel entero.
Y si para llegar a ser resilientes, para resignificar experiencias dolorosas y darle un nuevo sentido a la vida, es necesario correr sin rumbo, gritar desesperadamente «¿por qué a mí?», llorar como un niño pequeño que pierde su juguete más preciado, pasar noches en vela, lidiar con la ansiedad, perder «amistades» y mucho más… entonces, ¡bienvenida esa nueva realidad! Mi realidad. Mi nuevo pastel. Uno que tuve que recrear desde un lugar distinto, más agradecida, con más fortaleza y confianza. Aún con miedo, pero ahora es un miedo que me impulsa hacia la vida, no uno que me paraliza.
En el revistazo, agradecemos a la Psicóloga Ana González por compartirnos tan valiosa información
Especialista en Psicología Clínica y Psicoterapia Sistémica
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